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lunes, 21 de diciembre de 2015

La fortuna imperial de los zares

Los confusos acontecimientos de la Revolución rusa de 1917 y la guerra civil que estalló a continuación entre los bolcheviques y sus enemigos, el ejército blanco, han dado origen a más leyendas sobre tesoros perdidos que ningún otro capítulo de la historia del siglo xx. Los miles de aristócratas y prósperos comerciantes que huyeron al extranjero se llevaron cuantas riquezas pudieron y muchos de ellos aseguraban que habían dejado fortunas escondidas en su país ante la posibilidad de que pudieran regresar más adelante. En Rusia, los ejércitos de ambos bandos y los temibles bandidos de Siberia, que no rendían lealtad a nadie, saquearon las casas, los bancos, las tiendas y demás edificios abandonados y se apoderaron de cuanto cayó en sus manos. En el caso de los dos ejércitos, necesitaban estas riquezas para mantenerse durante la guerra; en el caso de los bandidos, su única motivación era la codicia.

Hay que tratar la mayoría de estas leyendas con suma precaución. Entre los emigrados, arrojados a la fuerza de sus cómodas casas, fueron muchos los que inventaron cuentos sobre las riquezas que habían abandonado en su país con la esperanza de embaucar a los crédulos y avariciosos para que les prestaran ayuda. Sin embargo, hay numerosas pruebas que demuestran la existencia del más fabuloso de todos los tesoros y al menos una posibilidad razonable de que una parte del mismo siga oculto en algún lugar. Este secreto aún no ha sido revelado.


Estas riquezas se conocen con diversos nombres —el oro de los Romanov, el oro de Kolchak, el tesoro del ejército blanco— y casi todo el mundo piensa que se trata de una grandiosa colección de platino, oro, plata, joyas y otros objetos de valor. En realidad, eran tres colecciones distintas y, al parecer, cada una de ellas ha corrido una suerte diferente, aunque cabe la posibilidad de que la segunda y la tercera se unieran en cierta medida.

El destino de los Romanov

Una parte del tesoro corresponde a la fortuna personal del último zar, Nicolás II, y de otros miembros de la familia imperial, los Romanov, y joyas pertenecientes a la corona. Los bolcheviques se apoderaron inmediatamente de estas últimas. Algunas fueron vendidas y el resto se encuentra actualmente en el Kremlin, expuesto al público. En 1917, la fortuna de los Romanov ascendía a unos cuatro millones de dólares. Una parte sirvió para cubrir los gastos de Nicolás, su mujer y sus hijos mientras estuvieron sometidos a arresto domiciliario en Toboisk y Ekaterinburgo (la actual Sverdiovsk), y los bolcheviques confiscaron un elevado porcentaje de la cantidad sobrante. En Ekaterinburgo se encontraron joyas pertenecientes a la familia imperial después del asesinato del zar y sus familiares más próximos, que tuvo lugar en 1918, según la versión oficial de los hechos. Muchas personas han desmentido el testimonio de los asesinatos de Ekaterinburgo. Según cierta versión, sobrevivió toda la familia, que se fue a vivir de incógnito al extranjero; según otra, sólo murió el zar, en Ekaterinburgo o en otro lugar, y una tercera asegura que se permitió escapar a Anastasia, la princesa más joven. Existen otras teorías, pero ninguna ha podido demostrarse satisfactoriamente.

Lo anterior explicaría la existencia de la mayor parte de los objetos que los Romanov abandonaron en Rusia, pero se sabe que algunos miembros de la familia imperial depositaron grandes riquezas en el extranjero en los años anteriores a la primera guerra mundial y varias personas aseguran que hay una fortuna en oro guardada en un banco fuera de Rusia, a la espera de que la reclame alguien con derecho a hacerlo. La esperanza de recuperar este tesoro fue quizás el motivo que impulsó a la alemana Anna Anderson a presentarse al mundo como Anastasia, asegurando que se había salvado milagrosamente, y otras mujeres han intentado lo mismo hasta los años setenta. Los familiares de los Romanov que aún vivían las consideraron simples impostoras.

En un banco de Berlín Oriental se depositó cierta suma de dinero, pero la caída del marco alemán en el periodo comprendido entre las dos grandes guerras lo despojó prácticamente de todo valor. Es más probable que el oro se encuentre en el Banco de Inglaterra de Londres, aunque los directivos de dicho banco lo han negado enérgicamente en repetidas ocasiones. Una posible explicación, para la que se cuenta con pruebas históricas, es que se depositaron las riquezas antes de 1914, pero fueron retiradas en 1915 para financiar la guerra.

La segunda parte del tesoro, mucho más importante, estaba integrada fundamentalmente por fondos estatales, que empleó el ejército blanco en su lucha contra los bolcheviques, junto a otros objetos de valor adquiridos en las ciudades en las que el ejército se paraba a descansar, como por ejemplo Ekaterinburgo, Perm, a unos trescientos veinte kilómetros al noroeste, y Kazan, a casi quinientos kilómetros al suroeste de Perm. Con las mareas cambiantes de la guerra civil, resulta imposible seguir los movimientos del tesoro.

Sin embargo, se cree que los bolcheviques se apropiaron de grandes cantidades de oro y objetos de valor cuando tomaron Ekaterinburgo y que después los llevaron a Perm en tren el 17 de julio de 1918, un día después de la presunta matanza de los Romanov y justo antes de que Ekaterinburgo volviera a caer en manos de los blancos. Al parecer, esta parte del tesoro estaba integrada por las riquezas personales de los Romanov, propiedades estatales y oro arrebatado a otros. Se encontró una parte cuando los blancos recuperaron Perm, pero el resto desapareció y probablemente fueron los bolcheviques quienes hicieron uso de él.

Prácticamente al mismo tiempo, Kazan se rendía a los blancos. También en esta ciudad había incontables riquezas que habían sido depositadas allí antes de la revolución de octubre con el objeto de impedir que cayeran en poder de los invasores alemanes. Los bolcheviques, o no las encontraron o no pudieron utilizarlas. Según cierto testimonio, ascendía a más de mil millones de dólares de la época y se trataba de lingotes de oro, platino, joyas, acciones y bonos. Esta inmensa fortuna, que quizás aumentó con las aportaciones de Perm, fue trasladada en tren hacia el este, hacia las profundidades de Siberia, donde tenía su cuartel general el almirante Alexander Kolchak, jefe de los blancos y nominalmente Soberano Supremo de Todas las Rusias. Con este cambio de lugar se inicia la siguiente etapa de la búsqueda del tesoro imperial.

El infortunado zar Nicolás II (1868-1918). Se cree que también él murió en Ekaterinburgo, aunque en la mina que posiblemente le sirvió de tumba sólo se encontró un objeto que quizá le perteneció, una hebilla de cinturón, pero se trata de simples conjeturas.

La última zarina de Rusia, nacida en Alemania, Alejandra Feodorovna (1872-1918), precipitó la caída de la monarquía rusa prestando demasiada atención al campesino místico Grigory Rasputin. Al igual que el resto de la familia imperial, se cree que la asesinaron los bolcheviques en julio de 1918, en Ekaterinburgo, y que dejaron su cadáver en una mina. Entre los objetos personales que se hallaron en dicha mina había una cruz de esmeraldas, diamantes y perlas con montura de platino, pero no se encontró su cuerpo.

Las grandes duquesas Olga y Tatiana, hijas de Nicolás y Alejandra, trabajando con otros miembros de la familia imperial en los jardines del palacio real de Tsarskoe Selo, al sur de San Petersburgo, en la primera época de su cautiverio. Transformaron una parte de la pradera en huerta. En agosto de 1917, los prisioneros reales fueron trasladados a Toboisk, Siberia, y en abril de 1918 los llevaron a Ekaterinburgo. 

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