Los confusos acontecimientos de la Revolución rusa de 1917 y la
guerra civil que estalló a continuación entre los bolcheviques y sus
enemigos, el ejército blanco, han dado origen a más leyendas sobre
tesoros perdidos que ningún otro capítulo de la historia del siglo xx.
Los miles de aristócratas y prósperos comerciantes que huyeron al
extranjero se llevaron cuantas riquezas pudieron y muchos de ellos
aseguraban que habían dejado fortunas escondidas en su país ante la
posibilidad de que pudieran regresar más adelante. En Rusia, los
ejércitos de ambos bandos y los temibles bandidos de Siberia, que no
rendían lealtad a nadie, saquearon las casas, los bancos, las tiendas y
demás edificios abandonados y se apoderaron de cuanto cayó en sus manos.
En el caso de los dos ejércitos, necesitaban estas riquezas para
mantenerse durante la guerra; en el caso de los bandidos, su única
motivación era la codicia.
Hay que tratar la mayoría de estas
leyendas con suma precaución. Entre los emigrados, arrojados a la fuerza
de sus cómodas casas, fueron muchos los que inventaron cuentos sobre
las riquezas que habían abandonado en su país con la esperanza de
embaucar a los crédulos y avariciosos para que les prestaran ayuda. Sin
embargo, hay numerosas pruebas que demuestran la existencia del más
fabuloso de todos los tesoros y al menos una posibilidad razonable de
que una parte del mismo siga oculto en algún lugar. Este secreto aún no
ha sido revelado.
Estas riquezas se conocen con diversos
nombres —el oro de los Romanov, el oro de Kolchak, el tesoro del
ejército blanco— y casi todo el mundo piensa que se trata de una
grandiosa colección de platino, oro, plata, joyas y otros objetos de
valor. En realidad, eran tres colecciones distintas y, al parecer, cada
una de ellas ha corrido una suerte diferente, aunque cabe la posibilidad
de que la segunda y la tercera se unieran en cierta medida.
El destino de los Romanov
Una parte del tesoro corresponde a la fortuna personal del último zar,
Nicolás II, y de otros miembros de la familia imperial, los Romanov, y
joyas pertenecientes a la corona. Los bolcheviques se apoderaron
inmediatamente de estas últimas. Algunas fueron vendidas y el resto se
encuentra actualmente en el Kremlin, expuesto al público. En 1917, la
fortuna de los Romanov ascendía a unos cuatro millones de dólares. Una
parte sirvió para cubrir los gastos de Nicolás, su mujer y sus hijos
mientras estuvieron sometidos a arresto domiciliario en Toboisk y
Ekaterinburgo (la actual Sverdiovsk), y los bolcheviques confiscaron un
elevado porcentaje de la cantidad sobrante. En Ekaterinburgo se
encontraron joyas pertenecientes a la familia imperial después del
asesinato del zar y sus familiares más próximos, que tuvo lugar en 1918,
según la versión oficial de los hechos. Muchas personas han desmentido
el testimonio de los asesinatos de Ekaterinburgo. Según cierta versión,
sobrevivió toda la familia, que se fue a vivir de incógnito al
extranjero; según otra, sólo murió el zar, en Ekaterinburgo o en otro
lugar, y una tercera asegura que se permitió escapar a Anastasia, la
princesa más joven. Existen otras teorías, pero ninguna ha podido
demostrarse satisfactoriamente.
Lo anterior explicaría la
existencia de la mayor parte de los objetos que los Romanov abandonaron
en Rusia, pero se sabe que algunos miembros de la familia imperial
depositaron grandes riquezas en el extranjero en los años anteriores a
la primera guerra mundial y varias personas aseguran que hay una fortuna
en oro guardada en un banco fuera de Rusia, a la espera de que la
reclame alguien con derecho a hacerlo. La esperanza de recuperar este
tesoro fue quizás el motivo que impulsó a la alemana Anna Anderson a
presentarse al mundo como Anastasia, asegurando que se había salvado
milagrosamente, y otras mujeres han intentado lo mismo hasta los años
setenta. Los familiares de los Romanov que aún vivían las consideraron
simples impostoras.
En un banco de Berlín Oriental se depositó
cierta suma de dinero, pero la caída del marco alemán en el periodo
comprendido entre las dos grandes guerras lo despojó prácticamente de
todo valor. Es más probable que el oro se encuentre en el Banco de
Inglaterra de Londres, aunque los directivos de dicho banco lo han
negado enérgicamente en repetidas ocasiones. Una posible explicación,
para la que se cuenta con pruebas históricas, es que se depositaron las
riquezas antes de 1914, pero fueron retiradas en 1915 para financiar la
guerra.
La segunda parte del tesoro, mucho más importante, estaba integrada fundamentalmente por fondos estatales, que empleó el ejército blanco en su lucha contra los bolcheviques, junto a otros objetos de valor adquiridos en las ciudades en las que el ejército se paraba a descansar, como por ejemplo Ekaterinburgo, Perm, a unos trescientos veinte kilómetros al noroeste, y Kazan, a casi quinientos kilómetros al suroeste de Perm. Con las mareas cambiantes de la guerra civil, resulta imposible seguir los movimientos del tesoro.
Sin
embargo, se cree que los bolcheviques se apropiaron de grandes
cantidades de oro y objetos de valor cuando tomaron Ekaterinburgo y que
después los llevaron a Perm en tren el 17 de julio de 1918, un día
después de la presunta matanza de los Romanov y justo antes de que
Ekaterinburgo volviera a caer en manos de los blancos. Al parecer, esta
parte del tesoro estaba integrada por las riquezas personales de los
Romanov, propiedades estatales y oro arrebatado a otros. Se encontró una
parte cuando los blancos recuperaron Perm, pero el resto desapareció y
probablemente fueron los bolcheviques quienes hicieron uso de él.
Prácticamente al mismo tiempo, Kazan se rendía a los blancos. También
en esta ciudad había incontables riquezas que habían sido depositadas
allí antes de la revolución de octubre con el objeto de impedir que
cayeran en poder de los invasores alemanes. Los bolcheviques, o no las
encontraron o no pudieron utilizarlas. Según cierto testimonio, ascendía
a más de mil millones de dólares de la época y se trataba de lingotes
de oro, platino, joyas, acciones y bonos. Esta inmensa fortuna, que
quizás aumentó con las aportaciones de Perm, fue trasladada en tren
hacia el este, hacia las profundidades de Siberia, donde tenía su
cuartel general el almirante Alexander Kolchak, jefe de los blancos y
nominalmente Soberano Supremo de Todas las Rusias. Con este cambio de
lugar se inicia la siguiente etapa de la búsqueda del tesoro imperial.
El infortunado zar Nicolás II (1868-1918). Se cree que también él murió
en Ekaterinburgo, aunque en la mina que posiblemente le sirvió de tumba
sólo se encontró un objeto que quizá le perteneció, una hebilla de
cinturón, pero se trata de simples conjeturas.
La última zarina
de Rusia, nacida en Alemania, Alejandra Feodorovna (1872-1918),
precipitó la caída de la monarquía rusa prestando demasiada atención al
campesino místico Grigory Rasputin. Al igual que el resto de la familia
imperial, se cree que la asesinaron los bolcheviques en julio de 1918,
en Ekaterinburgo, y que dejaron su cadáver en una mina. Entre los
objetos personales que se hallaron en dicha mina había una cruz de
esmeraldas, diamantes y perlas con montura de platino, pero no se
encontró su cuerpo.
Las grandes duquesas Olga y Tatiana, hijas de
Nicolás y Alejandra, trabajando con otros miembros de la familia
imperial en los jardines del palacio real de Tsarskoe Selo, al sur de
San Petersburgo, en la primera época de su cautiverio. Transformaron una
parte de la pradera en huerta. En agosto de 1917, los prisioneros
reales fueron trasladados a Toboisk, Siberia, y en abril de 1918 los
llevaron a Ekaterinburgo.
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